El restaurante del fin del mundo
Hace poco os hablé de mi fascinación por La guía del autoestopista galáctico, ese libro de Douglas Adams en el que él cuenta dentro de su historia que La guía del autoestopista galáctico es precisamente un libro de cabecera para muchas especies de multitud de universos diferentes.
Gracias a La guía del autoestopista galáctico uno puede descubrir lo útil que puede ser una toalla, lo feos y puñeteros que son los vogones o que 42 es la respuesta a la vida, el universo y todo lo demás, aunque como eso no es una pregunta, pero sí se ha dado la respuesta definitiva a la pregunta definitiva, ésa es la que hay que averiguar para que todo cobre sentido y en El restaurante del fin del mundo (el segundo de los libros) se sigue haciendo hincapié en la importancia que eso podría tener, aunque con tantos viajes espaciales y temporales, uno termine olvidándose de ello.
El restaurante del fin del mundo hace referencia a un restaurante que hay en los confines del mundo justo antes de que éste se acabe, pero antes de llegar allí Zaphood estuvo en otro lugar con Marvin, mientras los demás esperaban en esa nave con un ordenador tan particular que es capaz de hacer que todos los que estaban dentro en ese momento, terminen justo en el restaurante del fin del mundo porque era lo que más cerca les pillaba en el espacio, aunque desde luego no en el tiempo, viendo así el fin del mundo por un divertido error de una máquina con su compleja manera de pensar. Decía que antes de estar allí ocurren cosas de lo más divertidas (especialmente con los ascensores con miedo a las alturas que insisten en bajar a toda costa o con escenitas del robot más depresivo que uno se haya encontrado jamás), pero es que después de los grandes momentos en Milliways, es decir, en el Restaurante del fin del mundo, sigue habiendo viajes, conversaciones divertidísimas y se sigue con la búsqueda de la pregunta definitiva, tirando, cómo no, de explotar aquello conocido como la ley de la improbabilidad infinita con la que, si algo es prácticamente imposible que ocurra, al ser tan elevado su porcentaje en contra, ocurrirá sin lugar a dudas.
En resumen, y sin entrar en detalles para no destripar nada a nadie, esta segunda novela de Douglas Adams de su serie sobre La guía del autoestopista galáctico es otra pequeña maravilla que termina con un final completamente abierto al estar tanto Ford Prefect como Arthur Dent en la prehistoria del planeta Tierra, ese mismo que vimos desintegrarse en el anterior libro y del que ahora se nos muestran unos antepasados tan lejanos de Arthur Dent que no siente que realmente haya ningún tipo de parecido con ellos en absoluto al haber viajado a un pasado tan remoto.
Ojalá hicieran una adaptación en película también de este libro y volvieran a llamar a Martin Freeman para hacer de Arthur Dent, ya que tras su papel en la adaptación del anterior libro yo ya no vería a ningún otro como el señor Dent, del mismo modo que no hay mejor Watson que él, especialmente comparándolo con Jude Law en las películas modernas.
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