Acompañando a las hadas en El laberinto del fauno
El género con el que más felicidad y sosiego obtengo es el mismo para el que, a mi parecer, hay muchísima más morralla. No es algo real cuantitativamente hablando, pero, por alguna razón, soy mucho más exigente que con, por ejemplo, las comedias. Podéis estar seguros de que, cuando algo de terror me gusta, no lo hace a un nivel en que pudiera decir cosas como «bueno, sí, está bien». Con todo aquello vinculado a la oscuridad, los monstruos y lo paranormal desaparece mi conformismo y tiene que tratarse de una obra que me agarre con fuerza y con la que me lance de cabeza a su pantano de la perdición. Para ello, ha de ser una creación llena de pequeños detalles, con una trama bien tejida y personajes complejos como para que no haga un reseteo automático de mi mente. Cumpliendo eso, lo más normal es que me emocione y me quede con el corazón calentito, que quiera compartir con todos cómo cosas como IT o La Maldición de Hill House me parecen increíbles en todos los aspectos y cómo defenderé en cualquier momento y lugar Monster de Naoki Urasawa.
En verano del pasado año, con las medidas de seguridad anti-Covid tomadas, mi compi y yo nos acercamos al cine a disfrutar en la gran pantalla del reestreno de una de las películas de terror más maravillosas y que no deberían faltar en ninguna lista de recomendaciones. Me refiero a El laberinto del fauno, una cinta escrita y dirigida por Guillermo del Toro (The Strain) que fue rodada en España porque no había ningún sitio mejor en el mundo donde hacerlo, teniendo en cuenta de qué trataba el guion.
Suele haber un pensamiento colectivo equivocado con respecto a los cuentos de hadas. Por lo general no son ñoños y amables, lo que pasa es que a través de la censura nos han llegado versiones edulcoradas de aquello que los escritores lanzaron al mundo como su creación. Guillermo del Toro lo sabe bien y por eso El laberinto del fauno es un cuento de hadas redondo con sus aventuras, la esperanza (se logre o no se logre salir bien parado del embrollo) y sus criaturas sobrenaturales de otros mundos, existan o no, ya que además ha creado una ambigüedad de doble lectura de su relato que no hace más que darle aún más valor.
El laberinto del fauno nos habla sobre los horrores de la guerra civil española, sobre cómo se cometieron atrocidades imperdonables contra los ciudadanos. Lo hace desde la perspectiva de una niña que se ve obligada a cambiar su residencia, junto con su madre, para terminar en un ambiente hostil en el que, sin comprenderlo y casi más como un juego de aventuras o un conjunto de travesuras, lucha por desmarcarse, salir adelante y cuidar de sí y de aquello que le importa.
Plasmada como si fuera un cuento, con sus capítulos claramente separados en modo de pruebas a las que se enfrenta la niña, la película nos traslada a una genialidad artística a todos los niveles. Cada plano, cada secuencia, cada imagen y cada gesto o frase de los actores es brillante. Su nana o la popular escena del hombre pálido en un banquete donde la princesa está obligada a no probar bocado son tan solo la guinda del pastel de esta maravilla cinematográfica que no puedo más que recomendar con todas mis fuerzas.