Libro

Mi proceso de escritura con Eventualidad

Llevo escribiendo desde poco después de aprender a leer. Ya desde la niñez empecé a pensar que me encantaría dedicarme a algo relacionado con la escritura de mayor. Cuando los adultos me preguntaban, siempre decía que quería ser periodista y/o escritora. Lo tenía claro, siempre lo tuve.

Desde la pre-adolescencia comencé a montarme mis historias de todo tipo. Escribía cuando tenía ganas y algo de tiempo. Lo hacía tanto en ordenador como a mano. Es una costumbre que no he perdido, es más, creo gracias a ello, ahora lo hago con más fluidez, ganas y calidad.

He tenido varios blogs, colaborado en revistas, páginas web variadas y escrito historietas y vivencias en más cuadernos de lo que soy capaz de recordar. Sin embargo, con Eventualidad he tenido un punto de inflexión. Es mi primera obra publicada fuera de artículos variados y he aprendido muchas cosas durante su proceso de creación. Cosas que he puesto también en práctica porque me resultan muy útiles y me apaño muy bien con ellas.

La primera cosa que hay que hacer es evidente: escribir. Para completar algo, toca escribir todos los días al menos un poco. Lo que sea, sobre lo que sea. No tiene por qué ser del proyecto principal aunque es lo preferible. ¿Qué podemos hacer cuando no escribimos en ese proyecto principal? Buenos, pues pueden ser entradas en un blog, artículos o columnas para colaboraciones, montar un hilo para twitter, llevar un diario o incluso dedicarse a otro proyecto secundario.

Si bien animo a escribir lo que sea en cualquier momento para continuar con el perpetuo aprendizaje y mejora a que nos vemos sujetos los escritores; es preferible dedicar el mayor tiempo posible al proyecto principal. En ocasiones es imposible debido a factores de todo tipo como: obligaciones, bloqueos, falta de tiempo o ausencia de motivación. Pero tenemos que tratar de esforzarnos por vencer los miedos y procurar escribir aunque sean unos minutos o lo más probable es que comiencen a invadirnos pensamientos negativos. Recuerdo que, por ejemplo, el síndrome del impostor siempre espera agazapado para atacar. Nuestro primer problema somos nosotros mismos y la constancia es nuestra mejor arma. Así que, si no queremos sentirnos culpables por dejar ahí esa novela, con el perpetuo miedo de que deje de ilusionarnos y se convierta en algo abandonado en un cajón, debemos priorizarla como se merece en lugar de llevar varios proyectos simultáneos y no acabar ninguno. Los respaldos de los secundarios deben ser tratados simplemente como vías de escape temporales y que no copen nuestra atención de manera prolongada en el tiempo, a no ser que, por lo que sea, nos sintamos mejor y rindamos más con dos o más cosas simultáneas; aunque en mi experiencia no funciona.

En la actualidad parece haber un acuerdo colectivo sobre dos tipos de escritores claramente diferenciados: los de brújula y los de mapa. Los primeros piensan en una idea y van bastante a ciegas, improvisando sobre la marcha y escribiendo lo que les salga. Los segundo, primero estructuran su novela por partes, crean fichas de personajes y ponen tantos detalles como se les ocurran antes de lanzarse de lleno a las páginas en blanco de la libreta virtual o física, sobre la que trabajen en su manuscrito. Existe un tercer grupo compuesto por los que aseguramos pertenecer a un híbrido de ambas formas de escribir; que no son solo igual de válidas, sino que pueden complementarse perfectamente. Yo no anoto al dedillo todo lo que plasmo después según escribo, pero tampoco me veo capaz de avanzar por ella sin tener de antemano al menos un resumen de los capítulos y ciertas escenas recreadas en mi cabeza.

Lo invisible e inapreciable es fundamental. Me refiero a que indistintamente de cómo decidamos escribir, tendremos que pensar bien en qué tono utilizar, qué tipo de narrador y en qué voz y, sobre todo, en qué orden relataremos nuestra historia para que no sea plana y cuente con pequeños montes de emoción con sus subidas y bajadas para que resulte atractiva y atrape en lugar de ser algo monótono y hueco. A esto le sumaremos la documentación que, con casi toda seguridad, tendremos que consultar antes de ponernos en faena o durante esta aunque solamente sea para hacerle preguntas extrañas a Google porque no sepamos cómo limpiar la sangre de un coche o cualquier otro dato con el que desde el FBI podrían sospechar de nosotros como criminales en potencia.

Herramientas que me han resultado fundamentales y que seguiré utilizando y considero que a cualquiera de vosotros os pueden ir bien: libretas, bolis, procesadores de texto, diccionarios, Google… Nada fuera de lo común, pero a veces lo esencial es invisible para los ojos. Tengo un cuaderno donde he esquematizado buena parte de Eventualidad, aunque la mayoría del «trabajo de campo» lo hice a través de lo que ofrece scrivener con sus áreas para dejar esquemas y fichas sobre localizaciones, personajes y hasta documentación variada. Lo más indispensable para mí es su panel de corcho, desde el que marco cada episodio con sus palabras clave. Utilizo ese procesador de textos para sacar mi manuscrito, dividido en capítulos que puedo colocar y descolocar en cualquier momento no solo por el tema de ordenar la trama de un modo u otro ni tampoco de escribir por ejemplo de manera no lineal, sino también porque me apaño mejor si quiero añadir algún capítulo que, a priori, no tuviera pensado y que surja al avanzar en la novela. Entre medias del proceso siempre consulto diccionarios de sinónimos y también la RAE, el panhispánico de dudas o la fundéu para todo aquello que en un momento dado me haga vacilar. Mientras escribo, hay días que escucho música movida, otros que me busco cosas instrumentales, otros que voy a sonidos de lluvia y tormenta en bucle e incluso jornadas en que simplemente me pongo los cascos para anular el ruido del exterior, pero no le doy al play a nada. Quiero decir, que depende de mi estado de ánimo el que me ponga algo de acompañamiento o pase de todo.

Una vez terminado el manuscrito, toca repasarlo varias veces. Cuántas, depende de su autor. Es recomendable dejarlo un tiempo guardando reposo, enfriándose en lugar de proceder a corregir inmediatamente. De ese modo es más fácil que detectemos errores y que reescribamos pasajes enteros, realicemos recortes o, por el contrario, ampliemos lo necesario. Muchos autores, durante esta fase, reducen en varios miles de palabras sus textos para pulirlos; otros funcionamos a la inversa y tiramos del efecto «bola de nieve» porque nos damos cuenta de que nos faltaban descripciones y varias escenas parecen resúmenes de lo que en verdad se pretendía contar. Siempre, para corregir, utilizo Word con su sistema de cambios que te va marcando todas las modificaciones al margen y luego decides si lo dejas como estaba o los aplicas.

Lo que a mí me ha funcionado, no tiene por qué hacerlo con vosotros. No me considero ejemplo de nada, porque no escribo todos los días de manera activa, aunque, si consideramos que también lo es pensar en tus proyectos, leer analizando lo de los demás, corregir tus textos o tomar notas sobre cosas que pudieras utilizar más adelante, entonces se puede decir que no tengo ni un día de descanso.

Espero y deseo que podáis continuar leyéndome durante este 2020. Yo, por mi parte, continuaré trabajando con ilusión, procurando hacerlo cada día un poco mejor que el anterior.

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