Divagaciones con los servicios por streaming
Una noche cualquiera, mando de televisión en una mano y móvil en la otra, cual pistolera del salvaje Oeste, tocaba la tan popular escena de: ¿qué vemos ahora? Escena, que seguro que todos en vuestros hogares habéis protagonizado más de una vez.
A día de hoy, tenemos una enorme cantidad de empresas que nos ofrecen vídeos bajo demanda. Los hay que tienen un poco de todo (Amazon Prime, Video, HBO, Netflix) otros que tiran más por lo indie y lo español (Filmin, FlixOlé), otra que está centrada en el anime y los dorama (Crunchyroll) y muy pronto nos llegará incluso la propia de Disney para tener ahí juntas todas sus películas y series. En los servicios con streaming existen ventajas con respecto a la televisión tradicional. La principal sería, sin duda, la disponibilidad al instante de un abanico de cosas ofertadas. Es decir, el no estar atados a unos horarios para disfrutar de nuestros programas gratuitos: contando con un plazo límite de unos cuantos días en caso de contenidos de televisión y del tiempo estipulado por los derechos del vídeo bajo demanda de turno, que suele comprender desde varios meses a algunos años.
Abro un paréntesis para aclarar que el tema de pagar por suscripciones de cosas en alquiler no se limita a los vídeos, aunque este artículo trate de eso. También existen opciones para los amantes de la música, de los videojuegos e incluso de la literatura (y aquí cabe recordar que mi libro Eventualidad está incluido dentro de ese servicio de biblioteca de pago que es Kindle Unlimited)
En una época en la que tenemos en apariencia una gran oferta de títulos, nos encontramos con la realidad de que, en cuanto a películas, realmente no son tantos y que, comparado con los tiempos de los videoclubs al uso, incluso puedan llegar a quedarse bastante cortos. Ahora, eso sí, es más accesible y en esta era de la inmediatez, se agradece tener disponible un catálogo para cualquier momento del día y lugar geográfico en que nos encontremos pagando una cuota fija. Las series van por otro lado y su auge se debe a estos servicios principalmente.
Toda plataforma apuesta por cosas que nos duren unas cuantas horas, que nos enganchen y que no encontremos en ningún otro lado. Exclusividades por las que «casarnos» con ellos. La prosperidad de este formato audiovisual se debe a esa gran competencia entre las distintas empresas. Todos quieren un trozo de pastel del mayor tamaño posible y se ponen las pilas por resultarnos atractivos para cumplir su propósito. American Gods, Stranger Things o Juego de Tronos son algunos de los ejemplos de grandes apuestas con sello propio.
Al contrario que en la parrilla televisiva, al no tener un espacio fijo, pueden tener duración variable en capítulos que conforman un número de temporadas que cambia no solo de la intencionalidad de sus autores, sino sobre todo del presupuesto que se haya dispuesto para ello y del beneficio que se calcule que genera en función del número de visionados. La renovación de una serie con más temporadas no depende normalmente de su calidad, sino de su rentabilidad. Así, puede suceder que algunas series con numerosos seguidores y buenas críticas anuncie su cancelación y se apresure su desenlace debido al alto coste de cada episodio (Sense 8 de las hermanas Wachowski) y otras, que quedaban más que cerradas en una primera temporada, se alarguen por varias más estirando un chicle sin elasticidad (Por 13 razones). El casi incomprensible baile de cancelaciones y renovaciones está siempre a la orden del día.
Para no malgastar nuestro limitado tiempo pensando qué mirar, en base de ir de sinopsis en sinopsis a última hora; contamos con sistemas de listas de visionados o con guías por internet e, incluso, con críticas y reseñas que otros usuarios han realizado mostrando su parecer. Aun así, al igual que en las productoras tienen ese baile continuo de renovaciones y cancelaciones, nosotros tampoco podremos salir del todo de esa maldición que nubla nuestras decisiones, por más que tratemos de llevar los deberes hechos.