Luthierizada con retraso y anticipación, con fatídica casualidad y con pasión
Conocí a Les Luthiers en 2006. Probablemente bastante tarde para ser una amante del teatro y tener ellos su grupo desde finales de los 60, pero a veces me siento como si las cosas me evitaran. Como si tuviera una especie de impermeabilidad en el alma y no me llegase sólo con la de la piel a la hora de mojarme. Esta impermeabilidad haría que algunas cosas circulasen a mi alrededor sin llegar a tocarme y, aunque yo tratara de tocarlas a ellas, simplemente harían un remolino y sería imposible, hasta que llegara el momento adecuado. Es romántico pensar así, que si te pierdes algo bueno o tarda en llegar, en realidad siempre te rondaba, pero no sabías llegar a ello, algo evitaba que así fuera. Por ejemplo que justo se cruzara una persona delante del cartel que hubieras visto de no pasar por ahí en ese preciso instante, que vayas a mirar una página con programación o entradas de espectáculos de tu ciudad y que se vaya la luz cuando vas a llegar al de ellos… o tantas otras pequeñas casualidades, que, finalmente, tuvo que ser Moi el que me mostrara a estos grandes humoristas argentinos.
Nos pasamos medio verano viendo vídeos de Les Luthiers en distintos teatros, riéndonos con sus juegos de palabras, sus audaces chistes, sus interpretaciones y de las tonadillas con los instumentos que ellos mismos habían creado, como si fueran sus trabajos finales en un taller de pretecnología en los que tuvieran que aprender a reciclar y es que veía que no gastaban nada de más, ni una palabra mal ideada en sus textos, ni un mal gesto, todo sonrisas, todo genialidad, todo naturalidad en los escenarios.
Algunos años después, también en verano, y una vez ya abierta la caja de Pandora de conocer a este grupo al que nunca podría olvidar desde el mismo instante en que escuché cómo hablaban de su personaje «Mastropiero» o de su «Warren Sánchez» (pues no recuerdo qué fue primero, pero sí sé que la gallinita dijo Eureka), en casa de un amiguete y compañero periodista, descubrí el acabose: un fan con multitud de discos y material de Les Luthiers. Muchas de esas cosas de su colección tan solo las venden en sus giras y entonces tanto a mi conjunción astral como a mí se nos abrieron los ojos y le dijimos si veíamos algunos números. Él, como no podía ser menos, dijo que sí, a pesar de que había mucha más gente en aquella en ese lugar y muchos parecía que nunca iban a soltar el mando de la consola, pero en cuanto que los cinco Luthier comenzaron con su repertorio de situaciones ficticias relatadas de un modo tan ingenioso y divertido, todos formábamos un círculo alrededor del sofá y parecía que fuéramos todos uno, riendo.
Hace unas semanas, porque parece que casi todos mis grandes encuestros con Les Luthier se hayan dado en la estación más calurosa del año, se pusieron a la venta las entradas de su gira por España en 2016 y, por primera vez, cayeron dos, para que Moi y yo podamos disfrutar de ellos en directo, cumpliéndose 10 años de cuando abrí los ojos por ellos. Cabe decir que aunque acababan de ponerse a la venta sus entradas, éstas volaron y llegamos casi por los pelos y eso que todavía no había ocurrido la gran desgracia que ocurriría poco después, la pérdida eterna e irreparable de uno de sus miembros, de Daniel Rabinovich que sufría de problemas cardiovasculares desde hacía años y que ya nos ha dicho a todos adiós, pero encargándose primero de que sus compañeros sigan con su humor, haciéndonos reír a todos, incluso cuando tengamos ganas de llorar y en parte por él.
Como homenaje a este Luthier y con amor a todos los demás, ha regresado la época de verlos y escucharlos, de reír y decir sus chistes en voz alta, para reír de nuevo y, como esto de compartir las risas es algo precioso, os dejo con uno de los momentos más grandes de Daniel: