El amor prevalece sobre las drogas, la prostitución y las matanzas de First Love
En estos tiempos convulsos, pandemia mediante, estamos todos pasando por esa nueva normalidad incierta. Las salas de cine, aunque abiertas, están más vacías que nunca tanto de contenido que ofrecer como de público que asista a ellas por más que ofrezcan unas medidas adecuadas para garantizar la seguridad de todos: trabajadores y asistentes.
Una de las escasas novedades en la cartelera española es la de First Love (初恋, Hatsukoi). Una película de Takashi Miike (Audition, Harakiri, Crows, Yatterman o Ichi the Killer) que tiene ese toque tan característico suyo que se aleja tanto de lo que suelen mostrar otros creadores.
First Love es un largometraje en el que se nos relata una guerra de bandas de yakuza que controlan diversos territorios de Tokyo y que surge por una serie de catastróficas desdichas iniciales, porque las coincidencias y la mala suerte pueden hacer que los planes trastabillen y haya que buscar otras maneras de seguir adelante para lograr el objetivo. Por otra parte, se le suma la desconfianza de los grupos que tenían topos para espiarse, junto con un joven boxeador que, cuando cree que está en el mayor de los pozos, se ve envuelto en el mayor peligro ante el que se haya enfrentado jamás y no sólo no le da miedo, sino que se aferra a la labor de salvar a aquella desconocida que se cruza en su camino con un grito de socorro.
Suele hablarse de que los cambios son graduales. No son pocas las veces que, en realidad, son repentinos. El giro de 180º en la vida del protagonista se da en tan solo una noche. Basta con eso para que su involucración de rebote en ese caso tan turbio como complicado con gángsters dispuestos a todo por salirse con la suya, lo tenga contra las cuerdas en numerosas ocasiones y que surja la llama del amor por esa chica anulada por las drogas y, sobre todo, por aquellos que se aprovechaban de ella.
First Love es una película llena de energía. Frenética, con humor, sangre y violencia. Es una locura psicodélica de Miike que entretiene y se pasa volada porque los personajes están desquiciados y las situaciones que se dan son muy pintorescas. El Shinjuku nocturno que nos plasma es irreal, pero tan veraz que no nos mete en la trama agarrándonos del cuello de la camisa y estampándonos contra esa cuarta pared desde la que podemos observar todo desde nuestra butaca.