Bokurano
Hace unos años, no recuerdo ahora mismo exáctamente cuánto, estaba publicándose Bokurano (ぼくらの), un manga de Mohiro Kito (鬼頭 莫宏) a quien ya conocía por haberme leído Narutaru (骸なる星・珠たる子 Mukuro Naru Hoshi·Tama Taru Ko) tras ver un anime que me había gustado bastante, pero que acababa cortado de manera repentina con un final más que abierto y, sorprendiéndome al ver que el manga era mucho más crudo y explícito, por lo que al enterarme de que existía Bokurano, no dudé en ponerme manos a la obra. Sin embargo, la periodicidad tan irregular y el que después el estudio Gonzo –siguiendo su línea– hiciera su adaptación en animación cargándose toda la esencia y dejando a los personajes de lo más plano posible, haciendo que incluso el más importante y ácido fuera un mero muñeco raro que habla, dejé esto olvidado hasta que hace un par de semanas cogí todo el manga por banda al ver que ya estaba acabado y me lo ventilé en dos noches, por lo que os podéis suponer que mal no estaba.
Bokurano no está pensado para estómagos sensibles, ni para gente a la que no le gusten los dramas y además de primeras se intuye de una manera muy intensa cómo acabará, pero es la narración de cada una de las historias individuales y cómo conocemos la vida de quince adolescentes que no lo han tenido nada fácil o que tienen algo oculto y secreto que les inquieta, que no les deja dormir por las noches o porque les hace daño, o porque tienen miedo o simplemente porque no tienen confianza en sí mismos y no saben qué sucederá con ellos en el futuro.
La historia comienza cuando Kokopelli, un extraño hombre se acerca al grupo que llevará el peso de todo lo que ocurra y les comenta que si quieren jugar a algo que nunca antes han probado, deben firmar un contrato tocando una extraña tablilla y, aunque no les da ningún tipo de información de si está de coña o en qué consiste ese juego, la mayoría de los chicos se lo toman a broma y van corriendo a sellar su destino sin ellos saberlo, a convertirse en pilotos de una nave que se alimenta de la vitalidad de sus pilotos y a la que ellos llaman Zearth en honor a un manga de mechas que le encanta al padre de uno de ellos.
Como podéis suponer, la nave (que es un robot gigante capaz de transformarse y tomar diversos poderes según quién sea el piloto) siempre se cobrará lo que le corresponde y tanto si los pilotos vencen, como si no, estos morirán. Con la diferencia de que al vencer al piloto de la nave contraria sólo morirá el que estaba pilotando y en caso de perder, es otro el que ha de tomar su puesto y además, de rebote, se mueren varios millones de personas de nuestro planeta, por lo que realmente eso es lo que les ata a luchar, aunque sepan que perderán la vida, porque no quieren que sus seres queridos o los desconocidos que no tienen culpa de nada (ni tan mala suerte como ellos) pierdan la vida, aunque por salvar a los suyos, otros caen a cambio.
El tema principal es la muerte y a partir de ahí está el escepticismo, el miedo, el valor, la tristeza, el dolor… pero sobre todo, conoceremos cómo los hay que se preocupan por salvar la vida de un amigo siendo donantes de órganos al saber que morirán, o también hay personajes con más agallas de las que aparentan, o se toca el tema de la prostitución y de las violaciones, así como el maltrato en general o los sueños de grandeza de una chavala que quiere ser una idol solo para impresionar a su padre, que no le hace ni puñetero caso nunca. Cada personaje tiene varios capítulos dedicados y los hay más interesantes y menos, pero a mí siempre me han mantenido en vilo y hasta que no me he leído absolutamente todo, no he sido capaz de parar y no era por saber si los chavales se salvarían de algún modo, ni por ver las luchas de mechas, sino por todo eso que Mohiro Kitoh sabe narrar de una manera tan única, como ya demostró en Narutaru con su famosa escena de la probeta de la que no contaré nada, para despertar vuestra curiosidad.
Si no conocéis a este mangaka y os gustan los seinen, quizás podríais darle una oportunidad y si vistéis entero el anime de Gonzo cuya única cosa destacables era su opening (con la maravillosa canción Uninstall) razón de más para que veáis lo cortos que se quedaron y cómo recortaron todo lo que les pareció.