Viaje a los sentimientos en WandaVision
La primera de las series de Marvel que tenía a los mismos actores que dentro del universo cinematográfico (UCM) consiguió ser la comidilla de miles de seguidores en todo el mundo. Cada semana, sin falta, tras la emisión del nuevo capítulo de La bruja escarlata (conocido como Wandavision fuera de España, debido a que aquí no podían utilizar ese nombre por motivos de licencias) bastaba con echar un vistazo a las tendencias de la red social del pajarillo para, comprobar, cómo palabras relacionadas con ello estaban siempre en lo más alto del listado, en diversos países e idiomas.
Aun con lo propensa que soy a despistarme, cada viernes sin falta acudía a esa cita ineludible para ver con qué nos sorprenderían esa semana. Desde la primera de todas hasta la última hubo sorpresas; unas mayores que otras.
Todo comenzó con una comedia situacional americana en la que Wanda y Visión estaban en los años cincuenta diciéndose cosas simpáticas con risas enlatadas tras cada chiste. Era algo extraño y que por sí mismo resultaba atrayente. Más lo fue cuando finalizó el episodio con algo que en ese momento ninguno de los espectadores comprendíamos.
La siguiente semana, habíamos cambiado de década y con ello, de comedia situacional. La trama iba avanzando a un rumbo tan incierto como insólito. Era imposible despegarse de la pantalla. Entonces, cierto día llegó el cuarto episodio, aquel en el que se interrumpía la emisión normal y donde se nos ponían un montón de cartas nuevas sobre la mesa. Con eso, ilusos de nosotros, creíamos como espectadores que todo estaría en juego y que podríamos elucubrar para tratar de anticipar qué nos depararía la serie. El alcance de nuestras previsiones estaría aún muy lejos del rango verdadero, ya que la serie todavía nos tenía más sorpresas y giros de guion para los últimos episodios de la temporada.
Durante los largometrajes del UCM, se trataba a Wanda y a Vision como dos personajes sin un gran desarrollo en comparación a otros tantos. Tenían su propia trama, pero no demasiado tiempo en pantalla. Apenas pudieron lucirse o interactuar con los demás. Fueron, por así decirlo, algo maltratados y abandonados. Siempre estaban en segundo plano y, por ello, lo esperable era que la serie hubiese sido más ligera y que no hubiera tenido nada o muy poco que ver con ese cúmulo que conforma el todo. Subestimamos lo que podría venírsenos encima y ha sido un efecto añadido para la sorpresa; cosa que además sabían desde Marvel que ahora nos ha dejado claro que no habrá que no perderle la pista ni por un instante a nuestra adorada Wanda. La intensidad de la serie en su conjunto global, y especialmente en su final, nos aporta tanta información que es imposible que quede un solo ser humano en el mundo que la perciba como un producto menor. Es un auténtico despegue a esa cuarta fase que acaba de comenzar y en la que cada vez tengo más claro que las mujeres van a hacerse por fin con ese espacio que tanto se merecen.
Wanda nos ha embrujado a todos con su carisma. Su historia nos ha hecho comprenderla mejor y nos ha destrozado el corazón, pero no a través de su magia, sino de sus sentimientos, haciendo que hagamos un viaje hacia ellos del que hemos quedado tocados. Que nos sintamos así, es lo que hace de la Bruja Escarlata algo tan poderoso.